Marruecos on the rocks.
Del BMW Camp Merzouga, entre trampas de lenguas de arena, hasta Erfoud.
Escrito por Javier (Navegante), fechado el 12 de octubre de 2017.
Amanece en el desierto y el tumultuoso silencio de la noche se quiebra con la puesta en marcha de los generadores que dan luz a las haimas. Dentro se desperezan los temporales habitantes que las ocupan, empieza un vaivén de personas, hacia las motos, el desayuno, las tiendas, todo parece tener un sentido en la limpia mañana que nos regala este nuevo día.
Los integrantes del "STAFF" colocan los coches y el camión estratégicamente detrás de la media luna que formamos las monturas de acero y plástico, y empiezan un sinfín de poses para las fotos que darán testimonio del evento, fotos de cerca, de lejos, en grupo, en solitario, con cascos al aire ...., todo tipo de poses.
Ha levantado el sol lo suficiente para empezar a notar un aire cálido, Javier esta a mi lado y espera a Borja para que pase la pequeña lengua de arena de la salida. Me deja detrás de la misma y aparece Javier para emprender el viaje de hoy. Ahora esperamos a Borja y salimos en un pequeño grupo hacia la lengua de arena en la que ayer tuvimos el percance, Borja, atento como siempre, me pasa sin esfuerzo al otro lado y a Javier le esperan unos metros de quad, que lleva el otro Javier del "STAFF".
Nos hemos detenido en un alto, al lado de unas haimas de los moradores de estas tierras desérticas, al fondo, detrás de las tiendas, se divisan un conjunto de piedras clavadas en el suelo, según me dice Javier es un cementerio local. Los chiquillos se acercan en busca de caramelos, Javier les da un par de ellos que lleva, y estos, una vez conseguido su premio, marchan a buscar otras golosinas entre el resto de personas de nuestro grupo.
Llega el camión y sacamos regalos y ropa para los niños y los adultos, el invierno se avecina y el frio del desierto se empezara a notar en las largas noches que ya empiezan a estirarse dejando de la lo al sol. Después de la entrega de los presentes, los "riders" suben a sus monturas y partimos en convoy hacia el siguiente destino, sobre pistas de tierra dura y pequeñas piedras sueltas Javier, dolorido, se encuentra relativamente cómodo.
Seguimos a buen ritmo en dirección sur, de pronto unos pasos ondulantes y aparecen pequeñas acumulaciones de arena, Javier se tensa y aprieta el manillar, descuelga sus pies, pero vuelve a subir el píe derecho, la molestia no le deja apoyar. Es poca arena la que hay, pero en la mente de Javier parece que tenga ante el La Gran Duna de Merzouga, definitivamente hecha los pies al suelo y se detiene. Solicita que alguien le eche una mano a pasar este mal trago, pertrecho y casi sin aliento de la tensión sube al coche que Laura lleva entre baches, badenes naturales y tierra, conmigo Javier, el otro, el experto me lleva en volandas hacia el asfalto que tanto anhelamos.
Paramos en el acceso a la carretera y mi Javier, mi querido dueño, se apea del coche y me mira mientras con poca elegancia, pero de forma efectiva, se acomoda en mi sillín y en un profundo suspiro me susurra:
- Ya estamos en lo duro, Blanquita ahora ya todo irá bien hasta el siguiente destino.
La sorpresa estaba en el destino siguiente, la puerta de un colegio, un recinto de paredes alegras, decoradas con colores vistosos. Todos los colegios son así, quizás para llamar la atención de los alumnos. A nuestro alrededor se agolpan transeúntes, de diferentes edades, mientras nuestros conductores, los que no están lisiados, van descargando bolsas y cajas de cartón con material escolar, chubasqueros y demás ropa. Todas nos quedamos mirando embobadas como las gentes te agradecen el gesto, algunos hablan, otros solo miran de forma agradecida, mientras los "riders" van entrando en el recinto y terminan de descargar el camión.
Emprendemos camino hacia el norte, esta vez vamos dejando a nuestra derecha la impresionante Duna de Merzouga, entre tierras de labor rotuladas por paredes de adobe de grandes bloques, palmeras y arboles frutales, seguimos en comitiva hacia el hotel que dará refugio a nosotras y a nuestros caballeros y damas.
Cuando llegamos al hotel, como siempre todo el "STAFF" ha estado trabajando para prepararnos la bienvenida y Javier me aparca debajo de un chamizo de cañas y paja, protegiéndome del sol de medio día que empieza a ocultarse entre una neblina de polvo. Javier descarga las maletas del camión, para que fuera con menos peso le han permitido subirlas al mismo esta mañana temprano, otro gran detalle de la organización, que siempre esta al tanto y atenta. Coloca las maletas en mis lomos, las siento pesadas, después de toda la mañana sin ellas, saca las bolsas y organiza todos los cachivaches, para dejarme no sin antes decirme:
- Estoy muy dolorido, pero aún así no me hubiera perdido este viaje por nada del mundo. ¡Que descanses Blanquita!
Un poco más tarde Javier aparece, sin ropa de "faena" y revisa las manetas, el cambio, los frenos, y la tornillería en general, pensaba que hoy no lo haría, pero por suerte mi electrónica esta vez si que se equivocaba. Al mismo tiempo, un viento cargado de fina arena y polvo, empezaba a levantarse, cayeron algunas gotas y el viento se hizo más persistente, Javier se marcho hacia el hotel y ese día no volví a verle.