Nieve, lluvia, barro, arena y un esguince de cilindro.
Motril salado y Alhucemas dorado.
Escrito por Javier (Navegante), fechado el 27 de octubre de 2018.
Antes del alba, con la ciudad dormida y algunos transeúntes débilmente iluminados, marchamos en rumbo al puerto de Motril. Nunca es demasiado temprano para empezar un viaje y hoy no es menos, rodamos al abrigo de un manto de estrellas marchitas por las luces de las farolas que nos iluminan en nuestro serpentino camino.
Aún de noche llegamos, después del papeleo rápido del embarque, ante la enorme mole de acero que nos trasladaría hacia Marruecos. Excitados, esperábamos las ordenes de los estibadores, para ir entrando en un chorreo incesante de motos y coches a la enorme barriga del monstruo de hierro.
- Blanquita, este es el barco que el año pasado zarpo dejándonos en el puerto de Nador, con un palmo de amarras en las narices.
Cuando Javier me dijo estas palabras, tuve ganas de acelerar, de subir deprisa al estomago de aquella mole, evitando quedarnos en tierra, Javier, por contra, tranquilo, sujetaba mis riendas y no daba más gas del estrictamente necesario, parecía querer regodearse de este momento, como haciendo señas al navío de que al fin lo habíamos tomado. Faltó una bandera como indicación de que ya no nos dejaría atrás.
Con menos acierto que destreza el estibador me amarro al barco, Javier le hizo un comentario y cambió el enganche del estribo al chasis, así estaría mas segura. Cogió la bolsa y desapareció entre las puertas de los compartimentos que se cierran en la enorme bodega, manteniendo separados diferentes partes de la misma. Me sentí tranquila esta vez, ya habíamos pasado por esto otras veces y decidí darme un descanso, puse mi electrónica en mínimos y solo de vez en cuando, cuando ya estábamos al alta mar, fui consciente de los vaivenes del barco en su transito cruzando las olas.
Pasado el medio día, después de una tranquila travesía, fueron apareciendo personas en la bodega del enorme mastodonte férreo, la expectación en sus rostros y las ganas de desembarcar movían sus pies de forma azarosa en pos de la enorme garganta que estaba presta a abrirse. Aparecieron los riders y entre ellos Javier. Con calma y cierta parsimonia coloco las bolsas y soltó las ligaduras que aún me ataban a la mole.
- Hemos llegado a Alhucemas, un corto paseo y estaremos en el hotel para descansar. Mañana nos metemos en faena, espero que el tiempo nos acompañe, ahora disfrutaremos de la cálida tarde con un dorado sol que en breve dará paso a nuestra primera noche marroquí.
Salimos del barco y nos esperaban momentos de papeles, firmas, y demás tramites que esta vez, por contra de el año anterior me parecieron mucho mas livianos y rápidos. Después me comentaría Javier que parte de los tramites se habían realizado en el barco, esto permitió que el paso de la frontera fuera mucho más ameno, por lo menos para todas nosotras, gracias riders.
En una esperanza de moteros serpenteantes surcamos las calles de Alhucemas y desde las alturas fuimos pasando del mar a la montaña casi sin darnos cuenta. En el mar, un peñón, una solitaria roca cubierta de construcciones humanas, parecía ser el único faro de día y de noche de la costa de la urbe que estábamos surcando. Semáforos y calles con luces doradas de sol marchito en la tarde de Marruecos.
En una procesión de maquinas y humanos de luces titilantes y de broncos ecos de nuestros motores en las calles, fuimos llegando al hotel, con un merecido descanso, mas por el nerviosismo que supone el paso de Europa a África que por el cansancio de la jornada.